Rosa Luxemburgo nació en 1871 a pocos días de que los obreros de París instauraran la Comuna. Militante socialista desde su adolescencia en Polonia, a los 18 años tuvo que exiliarse en Suiza. En 1899 se instaló en Berlín, epicentro del movimiento obrero liderado por el Partido Socialdemócrata Alemán, sin duda, el partido socialista más importante de la época. Siendo una “extranjera”, judía, mujer, mucho más joven que los líderes legendarios, Rosa fue la primera en criticar con vehemencia la tendencia reformista que se venía conformando en la práctica del partido. Ella advirtió que la idea de que a través de reformas graduales pudiera alcanzarse el socialismo, implicaba renunciar a la esencia del marxismo: la crítica de raíz del capitalismo y, por ende, la necesidad de una transformación revolucionaria.
Cuando en agosto de 1914 estalló la Gran Guerra, en la que perecerían más de 20 millones de seres humanos, las contradicciones entre la posición de Rosa y la de la mayoría del SPD salieron a la luz con dolorosa claridad. El partido votó en el Parlamento a favor de los presupuestos de guerra que pedía el káiser, Rosa militó en contra de la guerra lo que le valió cuatro años de cárcel.
En octubre de 1917, en Rusia, luego de varios años de hambre y muerte, los soldados, los obreros y los campesinos liderados por el Partido Bolchevique de Lenin consiguieron “tomar el cielo por asalto”, pusieron fin al zarismo y emprendieron la primera revolución socialista triunfante de la historia humana. Los bolcheviques estaban convencidos de que ésta sería sólo la primera de un proceso que culminaría en una revolución internacional. El atraso económico de Rusia hacía que las expectativas se volcaran en Alemania, la potencia industrial que contaba con la más fuerte clase obrera.
Cuando en 1918 una Alemania devastada firmó la capitulación de la guerra, las masas salieron a las calles a pelear contra ese régimen social y político que las había llevado a la más grande barbarie conocida hasta entonces. Como en Rusia un año antes, los obreros y campesinos formaron consejos en contraposición al poder central. El emperador renunció y el Partido Socialdemócrata se integró a un gobierno de coalición con partidos burgueses con el objetivo declarado de poner fin a la insurrección.
En noviembre Rosa salió de la cárcel. En una ciudad cubierta de barricadas, fundó con otros camaradas la Liga Espartaco que se convertiría en el Partido Comunista Alemán. La revolución estaba casi al alcance de la mano.
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